Día 1: Llegada a Torla

 

Torla es el último pueblo de Huesca hacia el Norte y en dirección al Valle de Ordesa, siendo por tanto el punto de partida para cualquier visita al Parque Nacional. El último censo contaba 363 habitantes, y sus 1033 metros de altitud le confieren un clima suave en esta época del año (primeros de Junio). Sus casas tradicionales son de piedra y tienen el tejado de pizarra o grawaca, aunque la mayor parte de ellas son nuevas y recrean este tradicional estilo construyendo con ladrillo y forrando las fachadas de piedra. Desde aquí podemos acceder a dos de los cuatro valles principales del Parque: Ordesa y Bujaruelo.

Después de un viaje de cinco horas, en el que no pudimos comer en ningún restaurante de pueblo ni de carretera porque todos estaban ocupados con comuniones y de una intensa tormenta que inundó la carretera a nuestro paso por Zaragoza, llegamos a Torla sobre las ocho de la tarde.

El refugio donde pasaríamos las cinco noches siguientes estaba en pleno centro del pueblo, aunque aquí si algo no está en el centro del pueblo es que está en medio del monte. A nuestro lado un supermercado y enfrente una tienda de montaña e incluso un cajero automático.

Todo a mano, también la farmacia, un par de casas más abajo.

La iglesia de San Salvador no es un claro ejemplo de la arquitectura religiosa pirenaica, que tan buenas muestras aportan otros lugares. Sin embargo el sonido de las campanas entusiasmó a mi hijo, por lo que además de señales acústicas horarias también disfrutamos cada media hora de sugerentes bailes y cantos por su parte.

Una de las ventajas de visitar Torla en esta época es la ausencia de turistas. Pero el inconveniente es que hay muchos lugares cerrados. La oficina de Turismo estuvo cerrada todos los días y dos tiendas de montaña las abrieron a propósito para nosotros. El martes noche cenamos espléndidamente en el restaurante "El Duende".

La habitación del refugio Lucien Briet disponía de baño propio, lo cual resulta imprescindible en nuestras circunstancias.

Alejandro combinó el senderismo con algunas siestas en la mochila portabebé, pero el cañón de Añisclo se lo pateó él solito.

Ir al día 2

Volver a la página inicial